El objetivo perseguido con la creación del blog no es otro que su uso como recurso didáctico en la clase de Religión Católica y, que entre el alumnado, se fomente y promueve la utilización de recursos informáticos en el aula. Este blog comprenderá contenidos relacionados con este área y temas de interés que sirvan de complemento e investigacion a nuestro trabajo diario en clase.

María en el mundo "Nuestra Señora de Suyapa"

La Virgen de Suyapa apareció ante dos humildes campesinos hace más de dos siglos y medio, para convertirse en un pilar de la idiosincracia hondureña. Nadie supo jamás qué manos amorosas la moldearon con devoción.

Pero dejó plasmada en ella la mirada angelical que tanto conmueve a sus fieles peregrinos. Morena, de rostro ovalado, tiernas mejillas y lacia cabellera que cae hasta los hombros, su figura diminuta apenas alcanza los 6.5 centímetros.
Sus manos pequeñitas se unen en actitud de oración y representan la plegaria de millones de hondureños que a través de las centurias han venerado a la Patrona de Honduras.

 
Suyapa está situada a al sudeste de Tegucigalpa, capital del país, a unos ocho kilómetros. Su nombre proviene de Coyapa, un vocablo indígena, que significa "en el agua de las palmeras".
Probablemente comenzó a poblarse con el establecimiento de trabajos agrícolas y ganaderos en la comarca, o con el descubrimiento y trabajos de minas en los lugares cercanos.
Cerca de ahí está la montaña del Pilingüín, vestida siempre de verde gracias al follaje de sus pinos. Abajo se divisa la campiña. Por entre los troncos se desliza un sendero que conduce a la ranchería de Suyapa.

Una tarde bajaba por este sendero un labrador. Su nombre era Alejandro Colindres. Con él venía Lorenzo Martínez, un niño de ocho años. Venían de trabajar en la milpa, donde estuvieron cosechando maíz. El sol se ocultaba entre los montes y sus últimos rayos teñían de rojo el horizonte. La jornada había sido intensa y, agotados por el camino y el trabajo, decidieron pasar ahí la noche.

Alejandro se recostó en el suelo y notó que algo le molestaba. Era una imagen de la Virgen de la Concepción. Pequeña. Hecha de madera de cedro. Medía unos séis centimetros y medio de alto, tenía la tez morena y las manos juntas sobre el pecho.

Al día siguiente continuaron su camino. Se oían distantes las campanas de Tegucigalpa. Poco después llegaron a su casa de Suyapa. Alejandro saludó a su madre y después de comentarle los detalles y peripecias del camino le puso en el bolso de la camisa, sin decirle nada, la pequeña imagen de la Virgen. Una vez terminadas sus labores la madre revisó el bolso y encontró con alegría el regalo de su hijo: ¡una estatuilla de la Virgen!

Era una familia de un profundo sentimiento religioso. Colocaron la imagen en una mesita, adornada con flores naturales renovadas diariamente. Sentían una gran veneración a la Inmaculada. Luego la pasaron a una pequeña habitación acondicionada como capilla. Por más de veinte años le rindieron un culto familiar, sencillo y sincero en la casa de los Colindres. La visitaban con frecuencia, le ofrecian sus trabajos, le confiaban sus preocupaciones y necesidades.

Los habitantes de la aldea también le tenían mucho cariño. Cuando alguno enfermaba solían llevar la imagen a la casa del enfermo para que la Virgen lo visitara.

Un día enfermó Don José de Zelaya. Un militar importante, dueño de la hacienda "el Trapiche", situada como a un cuarto de legua de la aldea. En realidad ya estaba enfermo desde hacía tiempo y sufría mucho a causa de unos cálculos renales. Isabel Colíndres sabía de su enfermedad y le mandó un recado diciéndole que, si quería, podía enviarle la imagen de su Virgen.

Don José aceptó y trajeron a la Virgen en una especie de procesión. Al llegar, el enfermo, fervoroso y contrito, le pidió su curación y le prometió construirle a cambio una ermita. Tres días después el Señor Zelaya arrojó por via urinaria las tres piedras que eran el tormento de su vida. Esto ocurrió en el año de 1768.

Pasaron casi diez años antes de que el señor Zelaya cumpliera su promesa. Por fin el 28 de noviembre de 1777 el cabildo eclesiástico le dio el permiso de construir una capilla en su hacienda para que se celebrase en ella el sacrificio de la Misa. La bendición de la ermita fue en el año de 1780. Luego con el aumento de peregrinos fue necesario hacer continuas remodelaciones hasta llegar al estado actual, terminado en 1947.

Suyapa está situada a al sudeste de Tegucigalpa, capital del país, a unos ocho kilómetros. Su nombre proviene de Coyapa, un vocablo indígena, que significa "en el agua de las palmeras".

Probablemente comenzó a poblarse con el establecimiento de trabajos agrícolas y ganaderos en la comarca, o con el descubrimiento y trabajos de minas en los lugares cercanos.

Cerca de ahí está la montaña del Pilingüín, vestida siempre de verde gracias al follaje de sus pinos. Abajo se divisa la campiña. Por entre los troncos se desliza un sendero que conduce a la ranchería de Suyapa.

Una tarde bajaba por este sendero un labrador. Su nombre era Alejandro Colindres. Con él venía Lorenzo Martínez, un niño de ocho años. Venían de trabajar en la milpa, donde estuvieron cosechando maíz. El sol se ocultaba entre los montes y sus últimos rayos teñían de rojo el horizonte. La jornada había sido intensa y, agotados por el camino y el trabajo, decidieron pasar ahí la noche.

Alejandro se recostó en el suelo y notó que algo le molestaba. Era una imagen de la Virgen de la Concepción. Pequeña. Hecha de madera de cedro. Medía unos séis centimetros y medio de alto, tenía la tez morena y las manos juntas sobre el pecho.

Al día siguiente continuaron su camino. Se oían distantes las campanas de Tegucigalpa. Poco después llegaron a su casa de Suyapa. Alejandro saludó a su madre y después de comentarle los detalles y peripecias del camino le puso en el bolso de la camisa, sin decirle nada, la pequeña imagen de la Virgen. Una vez terminadas sus labores la madre revisó el bolso y encontró con alegría el regalo de su hijo: ¡una estatuilla de la Virgen!

Era una familia de un profundo sentimiento religioso. Colocaron la imagen en una mesita, adornada con flores naturales renovadas diariamente. Sentían una gran veneración a la Inmaculada. Luego la pasaron a una pequeña habitación acondicionada como capilla. Por más de veinte años le rindieron un culto familiar, sencillo y sincero en la casa de los Colindres. La visitaban con frecuencia, le ofrecian sus trabajos, le confiaban sus preocupaciones y necesidades.

Los habitantes de la aldea también le tenían mucho cariño. Cuando alguno enfermaba solían llevar la imagen a la casa del enfermo para que la Virgen lo visitara.

Un día enfermó Don José de Zelaya. Un militar importante, dueño de la hacienda "el Trapiche", situada como a un cuarto de legua de la aldea. En realidad ya estaba enfermo desde hacía tiempo y sufría mucho a causa de unos cálculos renales. Isabel Colíndres sabía de su enfermedad y le mandó un recado diciéndole que, si quería, podía enviarle la imagen de su Virgen.

Don José aceptó y trajeron a la Virgen en una especie de procesión. Al llegar, el enfermo, fervoroso y contrito, le pidió su curación y le prometió construirle a cambio una ermita. Tres días después el Señor Zelaya arrojó por via urinaria las tres piedras que eran el tormento de su vida. Esto ocurrió en el año de 1768.

Pasaron casi diez años antes de que el señor Zelaya cumpliera su promesa. Por fin el 28 de noviembre de 1777 el cabildo eclesiástico le dio el permiso de construir una capilla en su hacienda para que se celebrase en ella el sacrificio de la Misa. La bendición de la ermita fue en el año de 1780. Luego con el aumento de peregrinos fue necesario hacer continuas remodelaciones hasta llegar al estado actual, terminado en 1947.




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